miércoles, octubre 15, 2008

Mundo cruel


La crisis económica mundial, que inunda las páginas de los diarios y acapara minutos y minutos en los informativos de televisión, tiene una cara oculta. Su lado más dañino y cruel, que amenaza con llevarse por delante la vida de miles de niños y niñas en todo el planeta. Ellos, que ocupan apenas unas pocas líneas escondidas en el mar de letras de las informaciones sobre la quiebra de entidades bancarias, el desplome de las bolsas internacionales y la inyección de miles de millones de euros de las arcas públicas para financiar entidades privadas, son quienes van a sufrir con más crudeza la escasez de dinero. Si habitualmente son los que ocupan el último escalón de la cadena alimentaria mundial, ahora van a estar en el subsuelo de la miseria.

Leo con estupor que el dinero destinado por los Gobiernos de las denominadas potencias económicas mundiales para salvar de la quiebra a los bancos que zozobran ha sido diez veces superior al que entre todos destinan anualmente a las ayudas internacionales. Es decir, que les han dado a los más ricos diez veces más dinero que a los más pobres para que sigan siendo ricos y los otros diez veces más pobres. Es evidente que el dinero es el que es y que si se gasta es una cosa no se puede aportar en otra diferente. Los billetes no se multiplican (aunque eso hay que preguntárselo a los falsificadores, que obran el milagro del pan y los peces con sistemas cada vez más sofisticados) en plan prestidigitador, lo que deja un panorama de los más siniestro para los más desfavorecidos.

Ahora mismo, mientras leemos artículos en la pantalla del ordenador, discutimos sobre fútbol con una copa de vino en la mano, intentamos cuadrar nuestras cuentas corrientes o asistimos absortos al enésimo reality televisivo, más de una treinta de países del mundo se encuentran en situación de hambre extrema. Bien es cierto, que nosotros, por sí solos, poco podemos hacer ante esta situación, pero no me podrán negar que evitar hablar de ello no impide que exista.

La crisis, esa palabra que estamos hartos de oír a todas horas y en todos los lugares, amenaza con limitar todavía más los recursos económicos destinados a los denominados países pobres. Queda poco para que los mismos periódicos y las mismas cadenas de televisión que ahora nos asustan con el tsunami financiero, empiecen a mostrarnos las imágenes de niños desnutridos, víctimas de enfermedades y de hambruna. Todo para remover nuestras conciencias. Y que seamos nosotros, los que dependemos de las fluctuaciones de los mercados y los gobiernos para saber si vivimos bien o mal, los que aportemos cuanto podamos para comprar el pan que los poderosos niegan a quienes se mueren de hambre.

Esto de la economía mundial se asemeja a un gigantesco monopoly en el que las fichas las manejan unos pocos, los que consideran que tiene recursos económicos para salvar a los bancos, pero no para dar de comer a los que pasan hambre. Es triste, pero es así.

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