Si a estas alturas de la película existe algún político capaz de sorprendernos es el actual alcalde de Leganés, el socialista Rafael Gómez Montoya. Su “talante” le ha servido para montar él solito tres crisis de importantes dimensiones y mayores consecuencias, por desgracia, para los vecinos y vecinas de Leganés, los grandes damnificados.
La primera su “desembarco”, nombramiento a dedo incluido para encabezar la lista del PSOE en la localidad. De nada sirvieron las protestas de la mayoría de los afiliados leganenses. Llegó con el “ordeno y mando” de la dirección regional y aquí se ha instalado, pese al fracaso de sus mentores en la “batalla” por Madrid.
La segunda, portada nacional en periódicos, radios y televisiones, su incapacidad para negociar un pacto de Gobierno con Izquierda Unida. Montoya perdió votos respecto a su antecesor, José Luis Pérez Ráez y volvió a perder las elecciones. Sólo un acuerdo entre la ¡izquierda! le daría la alcaldía. Tan simple fue a la hora de encarar las negociaciones que permitió el voto en blanco de sus socios y dejó al PP gobernar la ciudad. Lamentable.
Y ahora, moción de censura incluida, la vuelve a liar con el reparto de delegaciones. Y la pelea la traslada de nuevo al ámbito doméstico. Ni corto ni perezoso ha dejado fuera del Gobierno a los cuatro concejales que lidera Santiago Llorente, representante del sector mayoritario en el PSOE de Leganés. ¡Y se queda tan ancho!
¿Es que nadie le piensa decir a este sujeto, por mucho alcalde que sea, que ya va siendo hora de dejar de mirarse el ombligo y pensar en los vecinos y vecinas de su ciudad?
¿Van a consentir sus mentores que siga desluciendo la vida política leganense?
¿No creen que se necesita algo más que soberbia para llevar las riendas de una de las ciudades más importantes de la Comunidad de Madrid?
¿Es ejemplo para la izquierda tolerante y libertaria su actitud sectaria y discriminatoria con compañeros de partido, periodistas, oposición y con todo aquél que no le entra por el ojo?
No, claro que no. A uno, cansado de ver en estos años políticos de todos los pelajes, no le queda más remedio que recurrir al chiste. Y preguntarle, ante la clase de anatomía en el colegio de Jaimito, ¿Montoya, por qué corres?
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