
Sin embargo, hubo algo que me llamó especialmente la atención en sus reflexiones y que, ahora, con Getafe como mar de fondo, consigo entender en toda su extensión. Mi querido alcalde (si digo, a estas alturas del relato, que habría que añadirle un ex, voy a descubrir mis cartas, así que lo dejaremos en interrogante ¿? para mantener el ritmo narrativo) hablaba de su experiencia en el cargo y la de su “colega” y compañero de partido y profesión Pedro Castro (¡qué casualidad!) a quien otorgaba buena parte de culpa de los problemas que, por entonces, tenía el PSOE en la “capital del sur”; no quiero ni pensar qué opinión tendrá ahora con la tormenta que desde hace un par de meses azota las costas del kilómetro trece de la A-42, aunque puede que le llame en breve para compartir opiniones.
El caso es que, en la comparación, hablaba de los municipios que ambos gobernaban como si de dos barcos se tratase. Y decía: “imagínate Gasco si yo, con los años que llevo como alcalde, tengo que andar achicando agua de las vías que amenazan con inundar mi carabela, qué no tendrá que estar haciendo mi amigo Pedro Castro con un barco tan viejo como el suyo”, después de haber liquidado a lo más selecto de su tripulación y sin más compañía que un viejo catalejo y su inseparable grumete.
Son tantos los frentes que tiene abiertos el alcalde, nuestro alcalde, que cuando no se le inunda la bodega, le salta por los aires el mascarón de proa, por no decir la de cabos sueltos que deja allá donde atraca su galeón de 120.000 euros.
Pero ahora, con su estridencia vocal, ha terminado por inundar la cubierta hasta el punto de amenazar la estabilidad de una nave que lleva gobernando desde hace casi treinta años. La frase “por qué hay tanto tonto de los cojones que todavía vota a la derecha” va a pasar a los anales de la historia política nacional y, sin duda, le va a suponer a Castro un auténtico quebradero de cabeza. No quiere irse de la FEMP, aunque el órdago que le ha echado el PP tiene visos de dinamitar la institución. Eso sí, apela a las mayorías para seguir manteniendo el timón de una institución que va a la deriva y sólo sirve para ahondar más en el enfrentamiento entre derecha e izquierda. Y dice que dimitirá si se lo pide la mayoría: eso no es dimitir, es marcharse por la puerta de atrás; dimitir es un acto voluntario.
Lo cierto es que el barco de Pedro Castro ha quedado dañado y ha demostrado que no estaba hecho para empresas navales de cierta enjundia. Cuando se ha puesto a las órdenes del “gobernador” Zapatero, creía verse con patente de corso, pero está claro que su imprudencia le ha dejado sin cartas de recomendación.
Ahora, al alcalde no le va a quedar otra que volver a refugiarse en su particular “isla Tortuga” del sur madrileño, donde sigue manteniendo su tropa fiel de asalariados y familiares y preserva su status de navegante audaz. Y es ese retiro obligado el que más nos debe preocupar, por las repercusiones que todo este escándalo pueda tener a nivel local.
Se aventuran tiempos difíciles en este rincón del mapa (sin tesoro) y es muy probable que Pedro Castro descargue su furia por tanto ridículo con aquellos que tiene más cerca y a quienes culpa de su mal fario. Sería otra nueva insensatez.
Según las cartas de navegación a las que hemos tenido acceso, una flota de galeones, carabelas y fragatas aguarda en la ensenada con los cañones preparados y una buena dosis de dinamita dispuesta a hacer saltar por los aires el barco viejo.